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martes, 8 de febrero de 2011

7º Mandamiento

“Cuando se habla de dinero, repite conmigo: Más es siempre mejor y el que no lo crea es un perdedor”

La situación se nos estaba yendo de las manos en el piso superior del FresCO, atrincherados, con las mesas como escudo. Y tras las líneas enemigas, unos 15 cuerpos agazapados lanzaban espaguetis entomatados, mandarinas explosivas, ciruelas jugosas y cubitos de hielo afilados.

¿Cómo habíamos llegado a esa situación? –vas a preguntarte.

Bien. Te recuerdo que estábamos de cena de clase. Esas típicas cenas en que algunos acaban borrachos y se vomitan encima una y otra vez, hasta que su dignidad queda manchada por los tropezones la cena vomitada.

El FresCO, un bufe libre de comida sana (aunque también hay pizzas y pastas) parecía un lugar tranquilo y agradable… hasta que se reunió el batallón de combate de La Salle en la puerta.

Entramos todos a la vez y, educadamente, pedimos por la reserva de Viki Tuneu, la chica que organizó la cena.

“Creo que no he hablado todavía de ella. Fue la fundadora de una poderosa empresa de galletas artesanas que hacía a costa de su madre, cuyo el beneficio era descomunal. Las dulces Vikies, (inteligente fusión entre Viki y cookies) movían euros para arriba y para abajo, y la gente le compraba a ella el desayuno, embolsándose unos cuantos euros al día.

Había incluso para escoger, galletas de chocolate, de caramelitos, originales…, pero el negocio estrella se lo llevaba con la Bordas. Inventó una especie de galardón con la que premiaba al cliente más fiel. Así que la Bordas, como quería tener el título de “Cliente Number One”, (cabe decir que la chica no le da), vaciaba sus bolsillos para comprar la Gran Cookie Sólo Para Clientes Number 1.

Viki, no contenta con la enorme cantidad de dinero que le aportaba el monstruo de las galletas de la Bordas, me pedía que colaborara para incrementar los beneficios. Así pues, me daba a mi el galardón y yo tenía que decir:

-Has vist Bordas? Com que he comprat la Galleta +20 puntos VIP ara sóc Client Number 1!

La gorda, ansiosa y desquiciada, le iba a gritos a Viki y esta, por el módico precio de unos 5€, le vendía una galleta especial, que sumaba 100 puntos VIP. Entonces, Viki me quitaba el medallón de papel y se lo ponía a la Bordas.

Pero el máximo beneficio que se había llegado a llevar Viki, consistía en una jugada ensayada en donde participábamos unos cuantos. Una corrupta subasta de galletas:

-A continuació, una galeta exclusiva amb doble quantitat de nerds! –empezaba Viki.

-Oh, oh, que buena debe estar! –decía uno.

-Jo et dono dos euros! –saltaba un actor.

-dos a la una? – amenazaba Viki.

-Jo ten dono 3! –gritaba la Bordas, ansiosa

-Cinc! Cinc i no se’n parli més! –decía otro falso comprador

-Cinc a la una… cinc a les dos… cinc a les…

-Té Viki! Jo tinc sis euros! –chillaba la toxicómana de las galletas.

-Sis a la una…sis a les dos… sis a les tres! Adjudicada a la meva clienta number One!

Los demás, falsamente abatidos y tristes, nos retirábamos cabizbajos admitiendo ser clientes de clase baja, mientras la Bordas y sus 300 kilos de galletas en vena se iban saltando de alegría y, por consiguiente, haciendo que retumbasen las paredes.

Pues como te decía, nos dieron el piso de arriba entero porque éramos treinta. Nos servimos abundante comida y subimos con sendas bandejas intentando no caer por las empinadas escaleras. Estaba tan tranquilo comiendo mis espaguetis con salsa boloñesa y discutiendo sobre el origen de la palabra “Boloñesa”.

Boloñesa es claramente un gentilicio, ¿verdad? Pues la gente decía que no. Decían que era como “espesa” o “marquesa”, palabras acabadas en –esa, porque si. Claro que yo dije que era natural de Bolo… ¡de Boloña!. Evidentemente, perdí la discusión.

La cena iba bien, me senté junto a Marc, a Jordi a Xavi y Jorge, y olvidando la discusión de la salsa, nos lo estábamos pasando muy bien. Tan bien iba todo, que tenía que aparecer el típico imbécil a joder. Un chico llamado Ibarra se me acercó y me tiró un vaso de Fanta encima.

Lógicamente me reboté y le dije que qué coño estaba haciendo. Resulta que me acusaba (y con razón) de haberme cargado sus reglas en la guerra de las nueve de la mañana. Le empujé y la clase le abucheó, porque, no nos engañemos, el Ibarra no cae bien a nadie.

El tío se puso a llorar y rabioso me lanzó una mandarina que conseguí evitar de milagro gracias a mis brillantes reflejos entrenados durante años con largas sesiones de Nintendo.

Viki, que le tenía un especial odio al Ibarra, le lanzó una ciruela y falló, de modo que la fruta se emplastó contra la cara de Jorge.

Este nos preguntó que quién había sido.

-El Trias, el Trias! –dije yo, intentado perjudicar a mi enemigo del día.

Jorge se me creyó, agarró un puñado de MIS espaguetis y se los lanzó con rabia al Trias. Este se levantó violentamente e hizo que las bebidas de los que le rodeaban se vertieran por la mesa. Empezó a volar comida por todas partes, sobretodo espaguetis y frutas.

Lo primero, porque daba asco y, los segundo, porque al chocar, reventaban y enguarraban mucho.

Tumbaron una mesa entera y la usaron de protección, de modo que los que estábamos todavía desprotegidos, corrimos a imitarles.

La situación se nos estaba yendo de las manos en el piso superior del FresCO, atrincherados, con las mesas como escudo. Y tras las líneas enemigas, unos 15 cuerpos agazapados lanzaban espaguetis entomatados, mandarinas explosivas, ciruelas jugosas y cubitos de hielo afilados.

La guerra empezó a decaer cuando nos quedamos sin comida. Pasados unos minutos empezamos a salir de nuestros escondites, temiendo que el rival tuviese todavía algo que arrojarnos, pero se encontraban en la misma situación que nosotros. Poco a poco bajamos a servirnos comida de nuevo, pero esta vez comimos tranquilamente, olvidándonos del caos y la confusión de los minutos anteriores.

Podía respirarse un ambiente mucho menos tenso que el que se llevaba viviendo desde las 9 de la mañana yo le pedí unas patatas fritas al Trias y él me las dejó, Jorge le trajo un vaso de agua a Viki, e incluso Jordi parecía haber perdonado la traición sufrida por Marc y Xavi durante la guerra mañanera.

Fue una noches salvaje y genial como pocas. Luego estuvimos fuera, en la Diagonal, haciendo el imbécil hasta bastante tarde. Cuando la gente empezó a irse nos apuntamos nosotros también, Jordi, Marc y yo fuimos yendo a casa de Marc.

Éste vive en el barrio más peligroso y oscuro de Barcelona. Un barrio donde la prostitución y las drogas son el pan de cada día de las viejas farolas que iluminan tenuemente las aceras, permitiendo esconder a secuestradores y atracadores que acechan entre las medrosas sombras.

Es broma. Vive en el barrio más pijo de la ciudad, Les Tres Torres.

Entramos por la puerta metálica que en verano ronda los 327ºC, y subimos las 17 escaleras que llevan a su principal 1ª. De camino estuvimos hablando de lo que molaría ir a la piscina de noche, pero como es comunitaria y su comunidad está plagada de ancianos, se quejarían por el ruido.

Recalco un hecho de casa de Marc que es imposible ignorarlo. Teniendo en cuenta que esto lo saben todos los huéspedes que han tenido (que son muchos), seré breve:

Hay un derroche energético brutal. Desde lámparas con 21 bombillas de Alto Rendimiento, hasta el hecho más destacable: La calefacción a 219ºC.

Yo no digo que no se esté bien porque es una casa muy calentita y acogedora, pero cuando vas en invierno disfrazo de terrorista talibán porque en la calle se está a 9ºC, y entras allí con la bufanda, el anorak, el polar, el jersey, la camiseta térmica, los guantes de algodón, los calcetines de esquiar, el gorro de lana ultra picante, el pantalón térmico de snow que le coges a tu hermano, el buff y las botas de ir a pisar nieve; quieres morirte.

Como soy todo un previsor, me traje en mi famosa mochila (la que pone: TINC TALENT, NO NECESSITO SORT… NOMÉS UNA MICA) un pijama de verano muy fresco.

Jordi se maldijo una y otra vez porque trajo uno de estos densos, de los que cuando sudas (en esa casa se suda mucho) se te enganchan a la pierna y humedecen el tejido impidiendo que te transpire al pierna.

Llegamos al cuarto y tuvimos la misma discusión de siempre. Resulta que hay tres camas. Dos camas normales y otra que es terrible. Una cama que, además de estar a un poco más que las demás, es incómoda y dura.

Jordi, harto de ser el que siempre “pringa” propuso dormir los tres en dos camas. Nosotros aceptamos, pero con la condición de que el durmiese entre los dos.

-¿Por qué? – vas a decirme tú, cuestionándote nuestra orientación sexual.

No, no es eso. Lo que pasa es que unimos las camas para aprovechar mejor la superficie. Yo duermo en una cama, Marc en la otra y Jordi en medio de las dos. Lo gracioso fue que por el peso de Jordi las camas se fueron separando lentamente y el pobre Jordi amaneció en el suelo.

Me levanté con esa cara de haber dormido poco y mal, la típica expresión de cansancio de haber dormido en casa de Marc. Deambulamos por el pasillo como zombis, cegados por la intensa luz solar que venía el comedor hasta llegar a la cocina.

Entramos a la cocina y allí estaba la Carla, la asistenta. (no usaré el término chacha porque suena muy despectivo)

-¿Ya comemos, Carla? –preguntó Marc

-Oh, me asustó- dijo Carla.

Carla es un todo un personaje. Si las asistentas de la Salle son unas completas Oompa Loompas, pongamos que Carla es un Oompa-Loompa con enanismo. Si la ves llevando un palo de fregona que le saca 3 cabezas no podrás evitar reírte.

Nos dijo que todavía la estaba preparando y que nos avisaría en cuanto acabase. Así pues, nos espachurramos en el sofá y vimos, en la tele más grande que he visto en mi vida, un capítulo viejo de los Simpsons.

-Señorito Marc, la comida está lista. –dijo la Carla.

En fin, pasamos a la mesa e imitando al señorito Marc comimos en el sofá. Cuando ya eran las 3 de la tarde Jordi y yo nos fuimos de la casa. La sensación siempre es la misma.

Acostumbrados al aire excesivamente cargado de casa de Marc, cuando sales, el aire fresco y los potentes rayos del sol te hacen sentir extrañamente sano.

Llegué a casa y enseguida me puse a hacer la bolsa para el fin de semana. Me esperaban unas dos horas hasta Olopte, el pueblo donde veraneo. Te aviso que si alguna vez pisas el pueblo le llames como suena, “Ulopta”. He visto abuelos afilar cuchillos al oír “Olopte”

Antes de hablaros de Olopte, que lo haré en gran medida, debo aclarar una cosilla de nada:

Observación a los listillos como tú:

-Olopte? No, home, no, es diu Olot!

A ver, chaval. Digo esto porque, por increíble que sea, no eres el primero que pone en duda el nombre de mi pueblo. No llego a comprender que haya gente intente rectificar (y a veces incluso con pedantería) el nombre del lugar donde paso 2 de los 7 días de la semana.

Mientras ayudaba a mi padre a cargar con la comida para los dos días, vi en un sobre del Frío Cero un trozo de carne suelto. Abrí el paquete para ver lo que era: Conejo. El animal que juré que no volvería a comer en memoria aquella pobre bestia y que fue el protagonista de una historia que quedará grabada en mi memoria:

“Esta sanguinaria historia se remonta hasta el verano pasado. Como todos los veranos, fui a Olopte, el pueblecito perdido en las montañas.

El pueblo es mono y esas cosas, pero yo le veo un gran defecto. No hay ni una sola tienda. Mi padre dice:¿Pero porqué quieres una tienda si puedes gozar de la suave brisa de los verdes montes, retozar alegremente sobre un campo ardiente de amapolas, escuchar el dulce canto de los madrugadores ruiseñores, contemplar el inmenso firmamento manchado de cuantiosas estrellas luminiscentes o bien refrescarte en las cristalinas aguas del fresco río?

Gilipolleces. Yo lo que quiero es comprar una Fanta o un Frigo Pie, y ya está. No hace falta cargarse la naturaleza entera; nadie se va a morir porque pongan una tienda.

Bueno, si lo piensas mejor, sí hay algo que puedes comprar. Puedes ir a comprar huevos y conejos a Cal a Teresa o Can Caló, pero ya me dirás quién dice: Oh, vayamos a comprar huevos para pasar un rato divertido. Rectifico, eso pasaba en “En Teo va a la granja”.

Bien, pues estábamos en una de esas infernales tardes de calor insoportable, que sudas por todas partes y ni siquiera te estás moviendo. Ese abrasivo calor que hace que no tengas ganas de nada, pero al menos estaba junto a Enrique hablando en el parque bajo la sombra del único árbol que hay.

-Oye, ¿Tú crees que mañana hará este calor?

-Hombre, pues puede ser. Pero bueno, como mañana llegan todos podremos ir a la piscina y eso.

-Oh, pues menos mal. Porque yo esto no lo soporto más.

-Es que tío, siempre vas de negro, normal que te mueras de calor.

-Ya, bueno, pero tú vas de blanco y también estás sufriendo.

-¡¡¡Mientes!!!¡¡¡Y lo sabes!!!

-“Tu a mi no me crides, nena!”

El calor estaba afectando seriamente nuestras neuronas, y de nuestra boca sólo salían frases cortas y idiotas. Cuesta de creerlo, pero estábamos aburridos. De repente me sonó un mensaje al móvil. Antes de leer el mensaje esperé a que me preguntase quién era para hacer la broma de siempre:

-¿Quién es?

-Mi novia.

-¡¿Qué novia!?

-Movistar Informa.

Pero no, no era Movistar. Era peor todavía. De “Mamá” para “Yo”:

“Lluís, d’aquí a un quart d’hora vés a comprar un conill a casa de la Calona. Ja está pagat, et donarà una bossa de plàstic am el conill ja empaquetat. Porta’l a casa directament perquè la carn és fresca y no li pot tocar gaire el sol. Un petó”.

Enrique y yo quedamos en la plaza por la noche y nos despedimos porque el conejo ya estaría preparado. Del parque hasta la casa de la María de Can Caló hay 1 minuto, o sea que estuve allí en nada.

María de Can Caló, la Calona para las amigas, es una mujer de avanzada edad que vive en Olopte. Ganadora del premio Miss Cuasimodo y físicamente parecida a un orco. Cabeza grande, pelo que se lo lavó por última vez creo que en el 86’, costras por todos los brazos (cuya flacidez es comparable a la de la gelatina), ojos diminutos y una boca con los pocos dientes que conserva de color amarillo y mugrientos.

Su altura y su peso están descompensados, siendo esta baja y gordita. Cabe decir que se la va la olla a Camboya y que a veces te cuenta cosas y se emociona hasta tal punto que una vez se me puso a llorar.

En fin, entré por la metálica puerta verde que da a su terreno y enseguida bajó por las escaleras.

-Hola Lluís…Que n’estàs, de guapo!

-Eh…jeje, hola Maria. Venia a pel conill que m’ha dit la mare que ja estava pagat…

-Sí que t’has fet alt, noi. Semblava ahir que no aixecaves dos pams de terra…

-Eh, ah…si, si…

Se iba acercando lentamente hasta mi posición. Yo tengo un sentido del olfato pésimo, tirando a nulo, pero podía notar que se arrimaba una pestilencia que venía directamente de la ancha mujer.

-Oh! I quins ulls més macos que tens, Lluís…

-Eh…bueno, es que quan em toca el sol a l’estiu se’m aclaren i… -sonreí falsamente.

-Ai, si t’han tret els aparells. Quin somriure més bonic que t’ha quedat.

-Sí, sí, gràcies…

Como ya parecía esto el cuento de la caperucita roja, intenté forzar el tema del conejo por segunda vez, porque esa peste a mierda con mierda me estaba matando.

Saqué dinero de mi bolsillo para que se pensase que le iba a pagar el conejo y fuera a buscarlo de una vez.

-Ai, no nen, que el conill ja l’ha pagat la teva mare. Vine, vine, que l’anirem a buscar.

Ya había estado antes en casa de la Calona. El suelo hace un ruido cada vez que lo pisas que me pone histérico, parecido al que se oye cuando frenas con una bici en un día lluvioso; y además está todo tan desordenado que parece que hayan dejado a los cerdos entrar en casa. En el salón tienen varios animales disecados cuyas miradas penetrantes incomodan mucho. Hay que decir, que si hicieran una inspección de sanidad, les encierran de por vida.

Para mi sorpresa, no nos dirigíamos hacia su casa, sino que me estaba llevando hasta el corral. Pobrecito de mí, que no sabía lo que me esperaba.

-Mira Lluís quins conillets més macos…

-Oi, sí, sí…

-Quin és el que més t’agrada?

Un interrogante enorme asoló mi cabeza.

-Eh, no ho sé. Aquest que és el més gordet em fa gràcia…

Pobre conejo. Yo no era consciente que mi respuesta tendría unas consecuencias tan terribles para el pobre animal. Al fin y al cabo, me había preguntado cuál era el que más me gustaba. Esa pregunta tiene varios contextos. Si lo hubiese sabido, al pobre conejo obeso que elegí con mi propio dedo no le hubiera ocurrido lo que le pasó.

La Calona agarró al animal por el lomo y se lo llevó a una pequeña habitación separada del corral. Yo me esperé fuera mientras pensaba en lo que había ocurrido. De repente un ruido seco y fuerte dio fin a mis pensamientos. Había caído en lo que estaba pasando.

No sé cuanto tiempo pasó desde que me convertí en el verdugo de aquella pobre bestia hasta que salió la Calona, con sangre de arriba abajo, y me extendió una bolsa ensangrentada con el conejo decapitado y sin piel.

Le dije que tenía prisa y me fui corriendo hasta mi casa, con la bolsa manchada de rojo intenso colgada de mi mano asesina.

Cuando llegué a casa le conté a mi madre lo que había pasado y todos se rieron de mí. Eso sí, aunque me siento culpable por haber ordenado matar a esa gorda y desafortunada criatura, no he vuelto a comer conejo. Palabra de verdugo.”

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