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miércoles, 9 de febrero de 2011

6º Mandamiento

“Te unirás a todas las guerras que puedas por mera diversión”

Mi bostezo número 58 de la mañana provocó que la lenta aguja del reloj de la 0.1 avanzase por 45ª vez, de modo que un molesto timbre anunciaba mi libertad. El cuarto día en la mal iluminada prisión no prometía mucho.

Fui directamente a clase y me encontré con Jaume Solanas, el delegado. Ahora mismo sé que estás confuso y sorprendido porqué una duda te descoloca. -Y tú, ¿no eres el delegado?-

Verás, resulta que yo he sido delegado de clase desde tiempos inmemorables. Mis discursos y lemas hacían mella en la clase y las elecciones resultaban victorias aplastantes.

Ya te he contado que hubo una pequeña mancha en mi prometedora carrera política, mi destitución de delegado tras la revuelta de los clips en el techo. Los años siguientes reventé de nuevo las elecciones con el lema (Freixes, el delegat que et mereixes), y de nuevo tuve el poder simbólico que representa ser el delegado.

Este año, una serie de catastróficas desdichas me impidieron llegar allí arriba. Y ni tan si quiera soy subdelegado, si no que tuve que aceptar el humillante puesto de Primer Consejero.

Pero si piensas un momento, en mi trayectoria verás que hay cosas que no cuadran. ¿Cómo pude haber ganado el 100% de las elecciones y además con esas cifras tan aplastantes?

Yo nunca lo he sabido, pero lo que he notado es que cada año que pasa, es más sospechosa mi victoria.

Allí es donde entra Jaume y la clase que, alimentada por la rabia causada por el mero hecho de llevar en el cargo unos 10 años, creó un inteligente eslogan (esta vez, no soy irónico): “Boicot al Freixisme.”

Este excepcional juego de palabras de “Feixisme” y Freixes provocó que estas fueran unas elecciones dirigidas al fracaso. Y así fue. Un rival digno de mi respeto, Jaume Solanas, se presentó, y aprovechando el momento de fragilidad que sufría el eterno ganador, se hizo con el poder con gran facilidad.

Estamos de acuerdo en que es un golpe duro perder el poder que llevabas durante una década. Así que lo único que me queda como consuelo es reunir un pequeño grupo de gente a la que le gusta montar jaleos, y juntos, derrocar a Jaume del poder.

Nuestro objetivo es plantar las semillas del descontento (Metáfora I = R) y que estas arraiguen para que, algún día, Jaume sea destituido o, mejor todavía, quiera dimitir.

Creerás después de haber leído este malvado plan que Jaume y yo nos portamos fatal, pero, como siempre, estás equivocado. En realidad somos amigos que juegan al juego del “Golpe de Estado”. Y adivina quién hace de malo.

Mientras discutíamos acerca de si debía dimitir de su cargo o no, la clase fue llenándose de compañeros. Unos venían dormidos, otros venían histéricos y otros, simplemente, no venían. Aun así, los tres grupos que he nombrado tenían algo en común: Una profunda aversión a tener Mates a 1ª hora.

Todos menos uno. Un tímido chico que se sentaba a última fila, de extremada educación, siempre dispuesto a reírse, junto a mí, de los demás. Este chico, que se llama Mario es un genio de las mates. Tú, que rebosas de prejuicios y eres un “ijnorante”, puedes pensar: “Vaya, aquí tenemos al típico chico raro”.

Y como siempre, te equivocas.

Yo creo que ser un genio de las mates tiene que ser muy difícil. Imagínate como te sentirías si tuvieras que aguantar las clases de Mates de 1º de primaria, rodeado de estúpidas personas que levantan la mano para preguntar obviedades.

Así se siente Mario, uno entre un millón. O como diría él, 1/106.

Uno a uno nos sentábamos en nuestras sillas de plástico endurecido, esperando la llegada del “Germanet”, el viejo profesor de mates.

Pero para nuestra sorpresa, fue nuestra tutora Clàudia quien vino a clase. Nos repartió unos papeles “importantísimos” sobre una charla de Violencia de género que darían el lunes en la 0.1. Una vez repartida la circular, nos dio la mejor noticia que le pueden dar a un alumno:

“-Ah, us comunico que el germà Toni no podrà venir, està molt malalt”.

72 palmas de 36 personas que somos, aplaudimos la noticia con intensidad. Es curioso, éramos extremadamente felices de que un hombre, de unos 80 años, estuviese agonizando en su cama enfermo. Y no, nadie se sentía mal.

Desgraciadamente nos dijo que no nos podíamos ir a casa, que vendría algún sustituto en diez minutos y que en su ausencia nos comportásemos.

Fue cruzar el marco de la puerta y nos levantamos todos, arrugamos los papeles de la violencia de género y nos empezamos a lanzar bolas agresivamente. Acabadas las existencias de bolas de papel, pasamos a la guerra de proyectiles: gomas, fluorescentes, tipexs… todo vale.

Javi Trias, el robusto jugador de handball que es seis veces yo, me lanzó una caja de clips entre ceja y ceja que me dejó fuera de combate. La masacre continuó, ignorando el dolor que yo sentía, y que intentaba que el tiempo aliviase oculto debajo de mi mesa.

Metido en mi escondrijo y retumbándome toda la cabeza sólo era capaz de oír absurdos gritos:

-¡Luchad hasta morir!

-¡Boia chi molla!

-¡Arde Troya!

-¡Muerte al castillo inglés!

-¡Paquete de ayuda enemigo en camino!

-¡No siento las piernas!

-¡Conspiración, Pólvora y traición!

Estas frases, sacadas perfectamente de un videojuego estilo Age of Empires, Call of Duty, o bien películas como El señor de los anillos, V de vendetta, Troya o Rambo, hacían que la clase se convirtiese en el sangriento escenario de una batalla campal.

Desde mi pequeño búnker, observaba como incluso las chicas tomaban partido en la guerra. Unas lanzaban todo cuanto tenían a su alrededor y otras sanaban a los heridos con dulces mimos. Poco a poco recobré los sentidos y preparé un plan de ataque mientras veía como gente caía al suelo víctima de algún salvaje empujón.

Las armas arrojadizas empezaban a escasear y el combate cuerpo a cuerpo, en el cual yo tenia bien poco que hacer, acaeció el arma principal.

Todavía escondido, cogí una carpeta de gomas, retorcí tres clips mediante el método de fabricación de proyectiles y me armé con una regla de 30 cm.

Recuperado completamente del shock que me causó el Trias, tensé la goma y a modo de ballesta apunté al que me había hecho ver las estrellas minutos antes, que se defendía de sus agresores a unos 4 metros de mi posición

Los clips salieron disparados a una velocidad vertiginosa y dieron con su objetivo. Un clip desviado le pasó cerca de la oreja, otro le nafró la mejilla y un último le pinchó en la nuez. El dolor debió ser agudo porque sus ojos me buscaron en seguida y se acercó a mí a la vez que apartaba a gente a empujones.

Esta vez yo iba armado con una regla, y me podía defender con la carpeta/ballesta, así que todavía tenía posibilidades.

Mientras mi guerra particular tenía lugar, mis 34 compañeros y amigos restantes seguían con sus encarnizadas batallas, y las reglas, escuadras y cartabones se alzaban en señal de guerra.

Trias llegó finalmente hasta mi zona. Ondeé la regla en señal de amenaza, pero la partió de un manotazo. –“Pobre Ibarra, -pensé- cuando se entere de que se han cargado su regla se va a poner a llorar.”

Pero no era tiempo para lamentaciones: tenía que atacar yo rápidamente, y usé una de mis técnicas rastreras ninja. El ataque de: “Amunt els Cors! Els alabem al Senyor!”

1) Amunt els Cors! Lanzamos un objeto al oponente. No lo tiramos directamente, sino que debe ser arrojado de manera bombeada para que de este modo, el contrincante se centre en detener el objeto.

2) Els alabem al Senyor! Mientras la mirada del enemigo persigue el señuelo que le va a caer encima y sus brazos lo detienen, nos abalanzamos salvajemente hacia él. Éste, inmóvil e indefenso, recibirá un brutal ataque.

3) Importante: Esta técnica tiene un ratio de acierto de un 99% la primera vez que se usa, y va disminuyendo a medida que el agredido se familiariza con el ataque

Mi embestida lo derribó duramente contra el armario de clase. Una persona normal caería rendida, y de haberlo, huiría hasta un lugar más seguro. Pero él no. Él se levantó lentamente mientras a mi me devoraba el miedo. Se me acercaba con lentitud, y a cada paso que daba él hacia delante, daba uno yo hacia atrás. Terror, espanto y pavor. Cuando ya me tenía empotrado contra los colgadores y él alzaba su enorme brazo, un estuche de color azul cruzó la clase e impactó contra la cara del Trias.

-Estàs bé? –me preguntó el dueño del estuche.

-Me… merci, Jordi. –dije suavemente.

Jordi Rosich, otro chico poco corpulento como yo, me salvó de las gigantes manos del Trias. Mientras yo huía antes de que el Trias recobrase sus facultades psíquicas Jordi fue inmovilizado por la fuerza de Marc Roig i Xavi Pujol.

-Treu el teu sadisme, Jordi! –le grité a mi amigo, viéndome incapaz de actuar.

El Trias se hizo con una escuadra (o un cartabón, no se diferenciarlos) y la empuñó para herir al Rosich. Le rajó un par de veces, y cuando se preparaba para darle una estocada letal, una voz de chica gritó:

-¡Que viene la Pilar, que viene la Pilar!

La voz se corrió por toda la clase y cundió, como siempre, el pánico.

Los que estaban todavía en pie se esparcieron, los heridos fueron a rastras hasta sus pupitres y los que no estaban mutilados hacían un poco de orden.

Los 36 alumnos de la clase estábamos sentados cuando entró Pilar. Algunos sangraban todavía, otros empezaron a sentir el escozor de los cortes y otros simplemente estaban muertos.

-¿¡Se puede saber qué coño habéis hecho!? –gritó Pilar- ¿Qué es este desorden? – preguntó.

-Nadie va a contestar, ¿verdad?. Muy bien. Chicos, chicas y Morató. Tenéis exactamente 5 minutos para dejar la clase impecable. Si pasado este tiempo veo una sola bolita de papel fuera de la papelera, vais a sufrir mucho.

Un “¡venga coño!” de Pilar nos puso en marcha. Efectivamente, a los cinco minutos teníamos una clase limpia como pocas. Aunque las manchas de sangre no hay quién las quite.

Una vez terminada la limpieza nos ordenó que hiciésemos trabajo o estudio personal en estricto silencio porque ella tenía que corregir redacciones.

Yo las adoraba. Ella daba los títulos y nosotros redactábamos. Títulos tan imaginativos como “He entrado en la academia de OT” o “La dictadura de la moda” daban lugar a brillantes redacciones. Una de los mejores temas fue el de “Si yo fuera una chica”. Hay varias maneras de enfocar este tema. Uno, seria tratarlo como lo trate yo, y otra, de mucho más peligro es la que optó el Morató,

Si yo fuera una chica (Versión Freixes)

Si yo fuera una chica alta, guapa, rubia, inteligente, de preciosa sonrisa y encantadores ojos, divertida, alegre y graciosa; me enamoraría de un tal Lluís Freixes.

Si yo fuera una chica (Versión Morató)

Si yo fuera una chica que estuviese buena, me pasaría el día tocándome las tetas. Lo mejor sería que podría estar en el vestuario de las tías y podría verle las tetas y tocarme con ellas.

Yo realmente felicito al Morató por escribir semejante texto a Pilar, la mujer más feminista y facha de la historia mundial. Desde ése día, Pilar tuvo una fijación por las humillaciones al pobre Morató, entre ellas, críticas constantes a su depravación sexual.

A la hora del té sonó el timbre que ponía fin a las clases y que nos permitía ir a casita.

Durante todo el día hubo cierta tensión por la guerra sin cuartel que habíamos vivido a primera hora. Las terribles heridas que nos habíamos hecho: apuñalamientos, cortes, moratones y guantazos; sumadas a las pérdidas materiales así como reglas, escuadras, cartabones, compases, tijeras y hasta tubos de pegamento voladores; era causantes del odio que se podía respirar entre nosotros.

Al salir de clase, Jordi, Marc y yo estuvimos hablando del plan de esa noche. Quedamos en que todos iríamos a dormir a casa de Marc, y que a las 9 y media estuviéramos todos debajo de mi casa y juntos, bajaríamos hasta el FresCo de Diagonal.

Marc no podía bajar conmigo porque el chico tenía prisa y quería coger el camino corto para ir a su casa. Ese agobiante calor, ha medianos de Marzo, no era normal; y todavía era demasiado temprano para hacer acoplaciones a la piscina de Marc así que, no insistí.

Pues como te contaba, era una tarde calurosa y sin saber por qué, me iban dando sofocos, de modo que no esperé a nadie y me dispuse a bajar solo a casa.

Crucé el Paseo de la Bonanova temiendo ser atropellado debido a la brevedad del semáforo (y eso que lo cojo en verde) cuando mi móvil me comunicó que acababa de recibir un mensaje de los de mi madre.

“COMPRA YOGURES DE PIÑA Y DE COCO EN EL GUISONA ANTES DE VENIR A CASA”

Dudé unos segundos y deduje que el Guisona es el Bon Area. Verás, mi madre es de estas personas que no saben de nombres. Trabaja en la avenida Calvo Sotelo, su compañía es Amena, todas las consolas del mundo les llama “La play”, ahorra en el Banco Trans, todos mis amigos se llaman “tu amigo ese el que…” compra la fruta en el Fruits, … y así, un sinfín de nombres desactualizados.

Giré por la calle Bigai (divertido nombre) y me paré justo delante de la puerta del Bon Area. Podía contemplar mi rostro en la cristalina puerta. La caja de clips que el violento Trias me había lanzado por la mañana me había hecho una herida bastante seria.

-Habrá revancha- pensé, mientras empujaba la puerta. Si eres un lector sabido e inteligente (y ambos sabemos lo que eres) sabrás lo que me ocurrió.

¿Has estado alguna vez dentro de un Bon Area? La temperatura de dentro es comparable a la del polo norte. Ese frío poco saludable que se produce con neveras industriales y aire acondicionado. El contraste de temperatura me hizo sentir en la gloria y quise quedarme allí toda la tarde, pero aunque parezca que no, tengo otras cosas que hacer.

No sabía cuantos yogures comprar porque en el mensaje no especificaba la cantidad, así que compré cuatro de cada y a correr. Me puse en la cola y me sorprendió que hubiese tanta gente y casi todos de anciana edad.

Una escalofrío recorrió todo mi cuerpo y rompió mis defensas bajas en Actimel.

De pronto empecé a marearme. Unas gotas de sudor frío se me escurrieron por las sienes y las piernas me empezaban a flaquear.

Me di cuenta que estaba temblando y que la cosa iba mal. Cerré los ojos y respiré pausadamente.

-Deja los yogures en la caja y vete rápidamente- fue lo más inteligente que salió de mi agobiado cerebro.

Di un paso adelante como pude y sin yo quererlo empezó la Segunda Guerra del día: La guerra fría:

-Ei, perdoni, no es coli… - dijo la anciana, alarmada.

-Aparti’s senyora –dije, quizás sin un por favor, ni con el tono más adecuado.

-Eiiii, eiiiii! Que s’em vol colar! –gritó la anciana neonazi.

-Què? Què? – decía la gente de la cola.

-Mira a aquest, que desgraciat… -soltó un abuelo de la otra cola.

-Aquí no es cola ni Déu! –gritó una abuela.

-Vostè és un “sinvergüensa”!

-No, no… es que yo no vull… -intentando justificarme.

Pero ya era demasiado tarde para explicarme y como tampoco podía defenderme en mi estado, tuve que dejar pasar el tiempo…

-Jo no vull comprar-ho això… -dije a trompicones, mientras podía notar como me subía la fiebre por momentos.

-Vol marxar sense pagar?! –gritó la primera anciana, la neonazi.

-Es colarà ta puta mare! dijo el viejo del “sinvergüensa”…

-Que no veu que sóc viuda… -dijo la abuela nazi

Los insultos y diálogos ya se habían vuelto surrealistas, así que sólo cabía esperar a que todo fuera a peor…

-Qui els va parir aquest jovent ! oí.

-Molta modernització, però això amb Franco no passava... dijo la nazi.

-Ma cagu’n els joves d’ara, colla de desagraïts... –siguió el “sinvergüensa”

Y cuando estaba ya a punto de desfallecer, una anciana que había estado callada durante todo el holocausto de “ladrones-colones” dijo:

-Si us plau, senyors, que el noi només porta dues cosetes, y si el deixem passar...

-Bueno, val… passa- me dijo el “sinvergüensa”.

Varios abuelos y abuelas se apartaron, algunos a regañadientes y otros bien majos, y finalmente llegué a la caja y me atendió una joven que se llamaba Pili. Me dijo que no me alarmase, que esos gritos eran el pan de cada día.

Creo que le sonreí y me fui, desorientado y mareado hasta la puerta de cristal. Al abrir la puerta, una ola de sofocante calor me arremetió, pero era justo lo que quería. Dejé de tiritar y el sudor enfermizo cesó y, aunque seguí todo el camino mareado y me sentía de repente agotadísimo, sonreí recordando a la demagoga neonazi de 90 años y su obsesiva repulsión por los jóvenes.

Puse los yogures en la nevera (todavía quedaban existencias de melocotón, avena, integrales, pera y fresa) y me tumbé encima del sofá mientras, poco a poco, me iba durmiendo.

1 comentarios:

javi trias dijo...

MOlaaa lluis!!! jajajaa em sona molt la historia de els avis...xDD

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