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miércoles, 23 de febrero de 2011

Prólogo

Un poco de todo, un mucho de nada


Cerré el maldito libro de Bécquer. Estaba de las poesiítas de Sara cansadito ya, es más, empezaba a odiar fuertemente la poesía, las rimas, las leyendas, y a Bécquer también.

Sara Tejerina, para los que no la conozcáis, es mi profesora de castellano. Una víbora, depredadora de alumnos que disfruta viendo sus caras cuando dice:

-Celia Crego, 4,9. ¡Tendrás que presentarte al examen de recuperación si quieres aprobar mi asignatura!

Luego la Tejerina suelta una risa maligna y de su boca sale un monstruo verde con granos y unos ojos desorbitados como los de un camaleón, que se come a Celia para que, posteriormente, Sara engulla a su propio engendro.

De acuerdo, puede que esto último me lo haya inventado, pero sucedió así en una pesadilla que tuve hace unas semanas.

En realidad, cerré el libro porque tenía hambre. Pero no un hambre de ese que te hace pensar cosas como; -Ay, me apetecería comer porque he desayunado poco-, no, no… era ese tipo de hambre que dices; -Tengo que comer ya porque, o muero yo, o me como al perro.

Así que me dirigí a la cocina. Abrí la nevera, pero rechacé los yogures porque les tengo manía. Todo lo demás, pongo en duda que fuera comestible. Volví al cuarto pero no podía ponerme a leer el libro, pues el hambre no me dejaba hacer nada. Fui de nuevo a la cocina, abrí otra vez la nevera y, asombrosamente…no. Nada nuevo.

En eso que cuando me iba de la cocina, vi de reojo un fuet colgado en un gancho que habíamos usado siempre para colgar embutidos, el cual no se me había ocurrido mirar porque llevaba muchos días vacío.

Lo devoré en 0, pocos segundos y su sabor me hizo generar tanta saliva que podría haber llenado una garrafa de ocho litros.

Ese descanso, ese “break” como dice mi hermano, me había sentado la mar de bien. Miré el reloj y creí que me podría acabar el libro de una vez, pero en cuando me tumbé en la cama con la intención de leer, se puso en marcha lo que yo llamo:

El efecto break: Fenómeno extraño que prolonga el tiempo de la duración de una pausa (break) por motivos ajenos a tu voluntad.

Me explico: Tú miras la hora, (las 19:34) y QUIERES leer. ¿Pero que pasa? Que no puedes. ¿Y por qué no puedes? Porque has hecho una pausa hace un momento, y tu cerebro QUIERE prolongar la pausa. Mentalmente, redondeas la hora y piensas: -Bueno, pues a las 19:45 me pongo otra vez.

Pero ya es demasiado tarde, tu cerebro te ha ganado una batalla, y si cedes una vez, tu amiguito se hace invencible y sucumbes a sus caprichos una y otra vez. Por este motivo, irás alargando el “break” hasta que a tu mente le plazca.

Técnicamente, no perdí el tiempo porque eso es físicamente imposible. Digamos que invertí el tiempo en el Facebook, el mata-tiempos mejor logrado de la historia.

Como decía eran las nueve, y dejé el Facebook. No lo dejé porque quisiera eh, lo dejé porque se fue la conexión. Un día de estos, los de Jazztel me van a oír.

Evidentemente no leí, volvía el run-run de mis tripas, pero para la suerte de mi perro, mi padre había llegado y estaba preparando la cena.

Mi perro se llama Álam. Ni Álan, ni Ádam: Álam. Lo digo porque yo tengo una voz un poco nasal, y a veces la gente subnormal confunde mis “m” con otras letras. Para evitar esta tonta confusión inventé un mote afectivo infalible: Alitos.

Cené y vi la televisión. Mi compañero de cuarto y yo, compramos una tele a medias y es una de las mejores inversiones de mi vida. Ah y por cierto, este compañero del que he hablado se llama Marc. A veces, es eso a lo que la RAE llama hermano. Digo a veces porque por mucho que sea tu hermano mayor, es con quien compartes cuarto, y el hecho de ser el mayor, le hace ser algo parecido a un dictador.

Afortunadamente, comparto cuarto con Marc y no con Juan María, mi otro hermano, el mayor de todos, un cerdo que tiene el cuarto que da asco entrar. Es cruzar la puerta y una atmósfera putrefacta te ataca, congestionando tus sentidos y obligándote a abandonar esa cuadriga. Hay varios factores que causan este efecto, estudiados por señores licenciados y con bata blanca, que han dicho que:

  1. La torre del ordenador, provoca un intenso calor y sobrecarga el ambiente. Es algo muy parecido a la niebla, pero esta caliente.
  2. Una ilimitada colección de calzoncillos y calcetines usados, con su técnica del vuelta y vuelta Campofrío. Con esta técnica, justifica el uso higiénico de las cuatro caras de un calzoncillo y las dos de un calcetín.
  3. La única ventana del cuarto, que encima da a la galería, la tiene cerrada porque el muy listo puso un armario que no le permite ventilar esa pocilga.

Creo que no he hablado de mí. Aviso que me encanta, llamadme narcisista, pero mi nombre es Lluís, aunque me suelen llamar Freixes (para los lentos, Freixes es mi apellido). Vivo en Barcelona, la mejor ciudad del mundo. Y ahora sí que no exagero.

Voy a 1º de Bachillerato en La Salle Bonanova. No es por alardear, pero soy un chaval listo de los que estudian para el suficiente y sacan un notable. Odiadme si queréis, pero os cansaréis en seguida… Detesto la gente parada porque derrocho energía por todos lados y soy aquel tipo de optimista que cree que se puede resolver un atasco de tráfico tocando el claxon. En cuanto a amores se refieres, no tengo novia, ni falta que hace. Prefiero estar enamorado de todas, como Bécquer, el del libro que…

-¡Mierda, el libro!

Ya era demasiado tarde, pasaban de las doce y no había acabado el libro. Sara Tejerina iba a comerme como en la pesadilla del otro día…