“Odiarás a Bécquer por encima de todas la cosas”
Eran las siete en punto de la mañana. Sonó en mi móvil una melodía del Zelda, me quedé en la cama, y odiando a Zelda y a toda su familia, apagué la cancioncita y bajé de la litera.
Todavía dormido, no me rompí el tobillo bajando por la escalera de milagro. El metro y medio que había entre la cama y el armario se hacía eterno, y creía que no llegaría nunca. Tras una ardua batalla con la llave, conseguí abrir la puerta y cogí, todavía cegado, una camiseta y un pantalón al azar.
Por cierto, yo dejo jugar mucho al azar, unas veces se gana, otras se pierde, pero lo mejor es que nunca vas a saber que pasará. Y créeme, si hubiera escogido una camisa de manga larga en pleno verano, me la hubiera puesto. No soy de los que se hecha para atrás cuando fallan.
Total, que salió una camiseta amarilla y un pantalón tejano azul oscuro, y no me podía quejar, eso era un 8 y medio en la escalera de la suerte.
Pero la fortuna me tenía dos Jokers preparados, y pronto llegó el primero.
¿Se puede saber que pasa en mi casa con los calcetines? O sea, abro el cajón y ahí están, riéndose de mí, 6 calcetines desaparejados, todos de marcas y colores distintos. Entonces es inevitable que pienses: -Si yo tiro los calcetines a lavar de dos en dos, ¿porqué salen sin su pareja?
¿Es acaso la lavadora poseedora de una dimensión desconocida donde se lleva mis calcetines, y allí juega con ellos al escondite?
¿Puede que sea una conspiración de Artengo basada en la autodestrucción de los calcetines pasado X tiempo?
¿No será la asistenta, que tiene una afición secreta para coleccionar calcetines y luego quemarlos cuando llega el solsticio de verano?
No lo sé, lo que sé es que me dirigí al cuarto de mi hermano mayor, pero me olvidé la mascarilla anti-gas mortífero, no olvidemos que eran todavía las siete y poco, y me daba palo tener que ir a pedir una al cuartel del ejército más cercano que hubiese. Así pues, contuve la respiración y abrí la puerta, y en menos que Messi marca un gol ya estaba fuera, pero con una mala noticia, y era que este no tenía calcetines no usados.
Puedes pensar que soy tonto, por no haberle cogido los calcetines a Marc, que encima duerme en mi cuarto, pero no tienes ni idea. El general Marc, toca-pelotas de profesión, me tenía prohibido tocar su armario, y bajo ningún concepto yo debería cogerle nada. Por mi propia seguridad.
Entonces, se me ocurrió que a lo mejor había calcetines tendidos en el lavadero, y fui a mirar. Al fin los encontré, sólo tenía que cruzar la cocina y ya eran míos. Pero ahí entró en juego el segundo Joker. Mi pie, descalzo como siempre, entró en contacto con una superficie mojada, situada al lado de la pata de la mesa. Ese líquido que impregnaba mi pie, era sin duda un meado de Álam.
Demasiados tropiezos en la escalera de la suerte, para ser sólo las siete y cinco. Alargué el brazo para coger el calcetín que ese día tendría premio y fui a la pata coja por toda la casa, actividad peligrosa de por sí, súmale la dificultad de que apenas hacía cinco minutos yo estaba flotando en una nube, pero no de las del cielo, de las de chuche. Rodeado por regalices, lenguas de gato, sugus, chupa-chups, ositos de goma, y un largo etcétera de aportadores de azúcar que me pedían ser devorados.
Cogí el ocho y medio, unos calzoncillos y los calcetines y me fui a la ducha, todavía dando botes como un loco, que la vecina de abajo ya debería estar llamando a la policía.
Cerré la puerta del baño y giré los grifos del agua a potra, a ver si el agua salía caliente o fría. Mientras se graduaba el agua me quité el pijama, una vieja camisa dada de sí de Doraemon y un pantalón mega-elástico. Me miré al espejo, me guiñé el ojo y me reí, sólo, delante de mi mismo.
El agua había salido correctamente, ardiendo a más no poder. ¡Cómo me gusta hervirme vivo bajo el teléfono de la ducha!
Me miré a los pies. La gente dice que es la parte más fea de las personas. Yo creo que no. Se les hace buling a los pies, ¿no crees? Para empezar, siempre están a la sombra de las manos, dejando a los reyes del inframundo el trabajo duro, aguantar todo lo que peses. Además, siempre están asfixiados, primero por los calcetines y luego por los zapatos.
Mientras apagaba la ducha, pensé que si fuera un pie sería el pie más desgraciado del mundo. Ahí todo el día sudado, con 55 quilos encima mío y para colmo, los míos pisaban meados. Luego reí pensando que peor es ser el pie de un obeso.
Al salir, hice lo habitual: calzoncillos, desodorante (siempre en spray, nunca de los de bola) el conjunto del ocho y medio y los calcetines con los que el azar se rió de mí. Me puse las bambas al llegar al cuarto, hice la cama en fracciones de segundo y cogí las tres cosas sin las que una persona no puede salir de casa: Llaves, cartera y móvil. Miré la hora en este último y parecía mentira que hubieran pasado sólo treinta minutos.
Fui a la cocina para hacerme el bocadillo, y mientras se descongelaba el pan en el microondas, hice la mochila. Entonces lo volví a ver, mirándome con soberbia, un hombre joven que respondió en algún momento del pasado por Gustavo Adolfo Bécquer. Más pesado que una vaca en brazos y el hombre más ñoño que ha habido en la tierra. Al menos hasta la página 42, donde me quedé el día anterior.
Pensé que el hombre este debería estar partiéndose de risa en su tumba, pensado en el abrumador castigo que me impondría Sara. Di con el libro un golpe seco contra el marco de la puerta y lo guardé en la mochila.
Sonó el “clinc” del microondas y pude acabar de hacerme el bocadillo. No me compliqué la vida, abrí una lata de atún y dejé caer su contenido encima del pan; es lo bueno de hacer los bocadillos de atún, que el pescado en sí ya incluye la sal y el aceite.
Lo metí en la mochila y esperé a que fueran y las ocho menos cuarto mirando la tele. Molan los anuncios de la mañana, sólo venden cuchillos y cámaras de aire Restform. Bajé a la calle y ví llegar a Xavi Pujol, un fantástico amigo con el que quedo enfrente de mi casa a y 45 todos los días de mi vida. Lo primero que me dijo fue:
-¿Te has leído el libro?
-Nops, y Sara me matará.
Por el camino (unos cinco minutos) hablamos de lo de siempre, que si Barça, que si Español…(pobrecito Xavi, que es del Español…) del culo de su amor platónico y de qué asignaturas tocaban hoy.
Me senté, como desde hacía mucho tiempo, al lado de Laura, al fondo de todo, alejado del mundo entero, el lugar idóneo para hablar durante horas.
Sonó la campana y nos tiramos a la puerta como si no hubiéramos visto una en nuestra vida. Así nos comportábamos siempre, cada vez que el reloj de la clase marcaba las once, la una y cuarto o las cinco.
A patadas y empujones una masa de personas luchaba para llegar hasta el extremo del pasillo mientras otra, la que iba a buscar a sus amigos en otras clases, sufría la ira de chicos que ansiaban tocar el palo de la portería para no tener que empezar haciendo de portero.
Yo como siempre, no estaba de acuerdo con ese sistema, porque los del C y los del D estamos más lejos de la salida al patio que los del B y los del A. Pero evidentemente, jamás me quejé públicamente sobre este tema.
Hablé con Marc sobre el examen de castellano que los del D acababan de hacer, pero nada,, el examen era oral y Sara escogía los capítulos al azar.
Marc, de quien me oiréis muchas veces hablar, es mi mejor amigo. Nos conocemos desde 5º de primaria y somos inseparables. Él es un chico algo gordo (dice que tiene los huesos anchos, pero eso no se lo cree ni él), simpático, gracioso, tímido y muy frío. Él mismo es una mezcla de sal y azúcar, con un resultado, digámoslo… curioso.
Hicimos una rápida, y me tocaba chutar a mi cuando sonó la campana. Quedábamos vivos Trias, Quim, Xavi, Marc y yo. Me preparé para chutar y sonó la campana.
Siempre he pensado, ¿porqué le llamaran la hora del patio, si nos dan quince minutos?
Chuté de todas formas y Marc, que hacía de portero, logró desviar la pelota y la mandó al sitio donde aparcan los coches que traen la comida ( o algo parecido a lo que dan de comer) a la cocina del colegio.
Todos se fueron tirando para clase, y nos quedamos él y yo discutiendo sobre quién debía ir a buscar la pelota.
-Què collons dius? L’has enviat tu allà!
-Eh, eh, et calmes, vale? A més la bola anava massa forta com per parar-la!
-Ah, i l’havies de tirar a la cuina? Vés a buscar-la va!
- Et recordo, que l’últim cop i vaig a anar jo! Osigui que baixes i els hi dius: -Perdoni, em dóna la pilota?
-Ja! Que no saps com és el Caraoliva? Em menjarà si hi vaig jo! Vés-hi tu que a més, jo ara tinc l’examen del Bécquer!
Nos miramos callados. Cuando discutimos y acabamos en silencio siempre recurrimos a lo mismo para solucionar el conflicto:
-Al millor de tres?
-Al millor d’un, que no tinc temps.
-Vale va. Un, dos, tres, pedra, paper, tizora, un dos tres, ya!
Mierda. ¿En qué Universo el papel ganará a las tijeras? Como mal perdedor que soy le acusé de hacer trampas pero él se fue rápidamente. Bajé a por la pelota mientras pensaba en porqué había sacada papel y no piedra, y me libré de la bronca del Caraoliva porque me abrió la puerta una Ompa-Loompa de la limpieza.
Y al llegar a clase, me esperaba Sara con su voz de doña repelente:
-Llegas tarde, Lluís. 5 minutos tarde… pero hoy es tu día de suerte y vas a poder ser el primero en hacer el examen. – y se rió. Le faltaba decir un: ¡Y yo seré la dueña del mundo!
No entiendo a esta mujer, me pone nueves de actitud pero me odia profundamente.
Puso unas frases para analizar (ya sabes, eso que luego en la vida usas día si, día también) y salí con ella fuera de clase.
Me preguntó algo extraño. ¿Para qué mentir?
-Sara, no me he leído el libro.
Se me quedó mirando atónita. Me dijo que le haría un mes de permanencias y que hiciera salir a Trias.
No creo que quien lea esto no sepa qué es una permanencia, pero lo explicaré de todas formas. Una permanencia es un castigo sádico, vil, malicioso, e insensible. Consiste en tener que ir al colegio una hora antes para estar encerrado en una sala de estudio. Por si fuera poco, esta sala está custodiada por el Mesa, así que nadie puede decir ni pío si quiere llegar vivo a fin de mes.
Le hice una señal a Trias y me senté en la silla, pensando en lo duro que será levantarme cuatro semanas a las siete. Algún capullo me preguntó si era fácil la pregunta que Sara me había hecho.
-Gilipollas- dije en voz baja…
Y me puse a buscar Sujetos, Complementos Directos, Indirectos y circunstanciales en una oración que decía: “Volverán las oscuras golondrinas en tu balcón sus nidos a colgar”…
Reconocí esa frase. Bécquer intentaba matarme, pero lo que no sabía era que aquél día soleado de marzo me había hecho el favor de mi vida.
1 comentarios:
Mamma mia! quanta cosa! m'agrada m'agrada ara hauras d'escriure més regularment! :D
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